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La revolución digital que se ha desarrollado en los últimos 30 años en el campo de la información y la comunicación sigue aún lejos de su frontera tecnológica, sin embargo, ya ha cambiado significativamente la forma y el espacio de las ciudades contemporáneas. Desde los sistemas de control de la contaminación ambiental –acústica, atmosférica y del agua- hasta la fiscalización de las vías urbanas a través de radares, cámaras de vigilancia, drones y satélites. El deseo de todo el mundo es tener una ciudad limpia, segura y organizada en la provisión de servicios, especialmente de los latinoamericanos que residen en 80% en zonas urbanas.
Las nuevas tecnologías son fascinantes y sus usos dependen no solo de las posibilidades técnicas, sino también de las prioridades expresadas. No hay neutralidad tecnológica en las elecciones de política pública. Lo anterior plantea la siguiente pregunta: ciudades inteligentes, ¿para quién? La respuesta es clara: para quienes vivan en ellas. Desde este punto de vista, todo lo que es percibido por la ciudadanía como mejora en su vida cotidiana es positivo. El aumento de la movilidad urbana, el acceso a los servicios públicos y culturales y la participación ciudadana tienden a ser recibidos con entusiasmo.
La adopción de políticas de gobierno electrónico avanza cada vez más. Las filas en las reparticiones públicas parecen cada vez más cosa del pasado cuando se observa la integración de los principales servicios de la ciudad en portales de internet, en los cuales se puede obtener información sobre la conectividad de los medios de transporte, la inscripción en programas especiales de subsidios, el pago de tasas por servicios, la emisión de certificados de regularidad fiscal o la solicitud de licencias para la prestación de servicios o la apertura de comercios, entre tantos otros.
Los centros de control de seguridad del tránsito, que operan cámaras remotamente, reciben informaciones de sensores de velocidad y sincronizan los semáforos, son cada vez más accesibles en todos los tipos de ciudades. Los drones substituyen a los carísimos helicópteros en los sistemas de vigilancia e incluso en atenciones de urgencia. Pero todo esto solo tiene sentido si el tiempo gastado en el transporte urbano no disminuye el tiempo de ocio o la productividad en la empresa, si se reducen los costos finales del transporte público y privado, y del abastecimiento del sistema productivo y de consumo de la ciudad. No basta con ser un sistema de control, tiene que ser un sistema de aumento de la eficiencia en la convivencia con la ciudad.
El sistema de iluminación también puede ser mejor gestionado con las redes eléctricas inteligentes. Desde la medición del consumo hasta la emisión de boletas de cobro y pago pueden ser mejoradas con las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC). Si el monitoreo proporciona a los usuarios sus patrones de consumo –por ejemplo, los días y horarios punta-, se puede contribuir a la eficiencia energética y al uso responsable de los recursos. La energía es un recurso cada vez más escaso y con efectos ambientalmente perversos.
Los mismos sistemas inteligentes pueden ser usados en otros tipos de servicios, por ejemplo, en la provisión de agua. El desperdicio de agua tratada alcanza 40% del total suministrado a las ciudades, muchas veces, antes de llegar al consumidor final. Una red de sensores que monitoree la presión del agua puede evitar muchos de estos problemas y actuar antes de derrames calamitosos. Algoritmos para determinar el patrón de consumo pueden alertar sobre desvíos ilegales y ayudar a los consumidores a mejorar el uso del agua.
Los ejemplos son muchos y nuevas tecnologías son creadas diariamente, como la internet de las cosas, que puede convertir a la ciudad en un macroorganismo conectado y sensorial. Pero antes de llegar a ese punto, la ciudadanía pide y aplaude mejoras en los sistemas de comunicación. Muchas ciudades ya ofrecen servicios gratuitos de internet inalámbrico en puntos distribuidos en la infraestructura urbana. Esto aumenta la inclusión digital y facilita el acceso a los servicios públicos. Mientras mejor sea la conectividad digital, mejor será la conectividad en la ciudad.
Una mejora en la comunicación también permitiría atender otra expectativa de los habitantes de las ciudades: la participación política. La transparencia en la información pública, el acceso a los procesos legislativos y la participación en las decisiones pueden ser posibilitadas por un sistema de comunicación eficiente y gratuito. Hoy en América Latina existen más teléfonos celulares que habitantes, pero la gran mayoría no tiene recursos para usar servicios sofisticados de banda ancha. La democratización de la gestión pública pasa por la movilidad digital y el acceso efectivo a los sistemas de información y decisión de las ciudades.
La CEPAL defiende la necesidad de ampliar la inclusión social y la igualdad en esta región que es todavía la más desigual del mundo. Construir ciudades inteligentes que contribuyan a mejorar la calidad de vida de las personas es un camino para cerrar muchas de las brechas de desigualdad que aún permanecen pendientes.