Comunicado de prensa
Palabras de Antonio Prado, Secretario Ejecutivo Adjunto de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en ocasión de la clausura del IV Seminario Regional de Agricultura y Cambio Climático
Santiago, 14 de noviembre de 2013
Muy buenas tardes a todas y todos,
Muy complacido de saludarlos de nuevo, al final de un seminario que entiendo ha sido muy rico en discusión, en ideas, en intercambios.
Ayer en la inauguración les mencionaba que era previsible que los temas sectoriales productivos y los temas de adaptación tuvieran una presencia cada vez más importante en las discusiones y negociaciones que se desarrollan con miras a un nuevo acuerdo climático mundial. Señalaba también que enfrentar el cambio climático requiere no solo de políticas ambientales, sino también de políticas de desarrollo productivo.
Quisiera aprovechar este cierre para destacar algunos conceptos relativos al cambio estructural, al rol de la innovación y a las políticas de desarrollo productivo —temas de gran relevancia histórica en el pensamiento de la CEPAL— y su relación con el cambio climático, tema que también ha sido central en el trabajo de la CEPAL en los últimos años.
Yo diría que hay una confluencia positiva en todos estos temas. En el ámbito del cambio climático quisiera destacar dos factores. En primer lugar, la contundencia en la evidencia científica de que el cambio climático al que nos enfrentamos en la actualidad se diferencia de los fenómenos similares del pasado por la rapidez con que se ha producido, debido fundamentalmente a la acción humana y particularmente a la prevalencia de una paradigma energético basado en el uso de los combustibles fósiles.
Y en segundo lugar, la visión de que no basta con medidas de mitigación para estabilizar las emisiones en un nivel seguro, sino que la adaptación es también fundamental, pues aunque lográramos estabilizar hoy las emisiones, su nivel es tal que seguirían teniendo un efecto en el sistema climático por un tiempo considerable.
En el ámbito de las políticas estamos frente a lo que Joseph Stiglitz ha denominado el rejuvenecimiento de las políticas de desarrollo productivo, término con el cual nos referimos a políticas orientadas directamente a afectar la estructura económica. Es lo que en inglés se denomina industrial policy.
Son políticas que se justifican en función de la existencia de fallas estructurales en la asignación de recursos; fallas que respaldan la intervención del Estado. Y son políticas que claramente no se refieren únicamente al sector manufacturero, sino también a los sectores de recursos naturales y de servicios. Porque son políticas orientadas a afectar directamente la estructura económica.
Diversos autores coinciden en que varios factores han favorecido el resurgimiento de este tipo de políticas. Tres de las principales causas son, en primer lugar, la evidencia —con la crisis de 2008-2009— sobre la persistencia de fallas en mercados globales relevantes, como el mercado financiero; en segundo lugar, el éxito de países que siguieron aplicando este tipo de políticas, sobre todo países asiáticos y países de la región como el Brasil, que no siguieron estrictamente las políticas del Consenso de Washington. Y en tercer lugar —y muy relevante para el tema del seminario—, el hecho de que los retos que plantea el tránsito a una economía baja en carbono o de neutralidad en emisiones constituyen en esencia un reto de cambio estructural.
Se trata de un reto de cambio estructural porque implica, de manera fundamental, el cambio en la matriz energética que nos legaron los siglos XIX y XX. El cambio en las formas de hacer agricultura. En cómo se planifican nuestras ciudades y los sistemas de transporte. En cómo se planifica el desarrollo de infraestructuras cuya vida útil se puede medir en términos de generaciones. La desaparición de sectores para dar paso a otros, por mencionar algunos ejemplos.
Si hablamos de cambios estructurales de esa magnitud, no podemos dejar de mencionar el tema de la innovación. Y para no caer en el pesimismo, en el ámbito de la innovación el pasado sí puede ser ilustrativo del poder de las ideas y del ingenio humano.
El ámbito energético es ilustrativo. Hacia mediados del siglo XIX las principales fuentes de iluminación eran el carbón y el aceite de ballena. La demanda de este último casi lleva a la extinción de la especie. El desarrollo del kerosene por el geólogo y médico canadiense Abraham Gesner permitió que medio siglo después el aceite de ballena fuera sustituido casi totalmente. Sin embargo, esta nueva tecnología no duraría mucho, pues sería reemplazada hacia finales del siglo XIX por la electricidad, a partir de la invención de la primera lámpara incandescente por Thomas Edison en 1876.
La agricultura es otra buena fuente de tales ejemplos. Uno de tales casos es cercano a los países sudamericanos. Es el caso de los fertilizantes. Hacia la mitad del siglo XIX el guano era tan importante para la economía peruana como pueden ser hoy el cobre y el petróleo para muchos países de la región. Hacia finales del siglo XIX el salitre permitió enfrentar el agotamiento de las fuentes de guano y reemplazarlo como fertilizante. Sin embargo, los altos precios de este, debido en parte al poder monopólico de Chile sobre el recurso, motivó la investigación de alternativas. Y ya a principios de la segunda década del siglo XX la empresa BASF había sido capaz de producir el amoniaco en escala industrial. Y con ello se inicia la revolución de los fertilizantes sintéticos, que acabó con la industria del salitre.
Otro caso notable es el de la revolución verde, a partir del trabajo del Dr. Norman Bourlang en el desarrollo de variedades mejoradas de trigo, capaces de producir hasta tres veces más que las variedades convencionales. Pese a la controversia con algunos de sus impactos ambientales, lo cierto es que la adopción masiva de estas innovaciones permitió que no se cumplieran los pronósticos de hambrunas de que se hablaba entre mediados y finales de los años sesenta.
En esos y en muchos otros casos un factor fundamental fue la aceleración de las curvas de aprendizaje. Esto es, reducir el costo unitario de generar un determinado resultado, que puede ser medible en términos de producción o gasto de energía. Se trata entonces de acelerar dichas curvas de aprendizaje para el caso de tecnologías y energías bajas en emisiones de gases de efecto invernadero, o que no generen dichos gases del todo. Y eso el mercado no lo puede hacer por sí solo.
La historia nos enseña que las grandes innovaciones —como Internet, para poner un ejemplo reciente— siempre han surgido de iniciativas impulsadas por el Estado y de financiamiento público. Y en el caso del cambio climático la participación del Estado— de los Estados para ser más preciso— es fundamental, dadas la magnitud de la tarea y las externalidades positivas del cambio.
Por eso necesitamos una nueva generación de políticas de desarrollo productivo. Y un rol más activo de los Estados nacionales que promuevan la innovación, con el objetivo de generar cambios en la estructura productiva que contribuyan a la reducción o eliminación de las emisiones de gases de efecto invernadero. El reto del cambio climático así lo exige.
Muchas gracias a todos por su presencia y los esperamos el próximo año.