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El trabajo doméstico remunerado ha sido tradicionalmente en América Latina una importante fuente de ocupación para las mujeres, principalmente para aquellas provenientes de hogares pobres, indígenas y afrodescendientes y de sectores rurales, en un entrecruzamiento de desigualdades de género, clase, raza y territorio. Sus condiciones laborales son precarias y se caracterizan por la informalidad, desprotección y bajos salarios.
Crecientemente las mujeres migrantes provenientes de otros países de la región están ocupando este espacio laboral. A una escala global, los cuidados circulan a través de la feminización de las migraciones y el establecimiento de cadenas globales de cuidado. En América Latina se han conformado corredores migratorios para el cuidado a partir de la emergencia de polos de desarrollo en torno a centros urbanos en países de mayores ingresos, cuyas demandas de cuidado no son satisfechas por la mano de obra local, dando un impulso a la migración intrarregional.
La crisis provocada por la pandemia del COVID-19 ha puesto en evidencia la centralidad del cuidado en la vida de las personas y las malas condiciones laborales y la desprotección de las trabajadoras domésticas remuneradas, quienes prestan este cuidado a cambio de una remuneración. Esto pone de relieve la necesidad de revalorizar este trabajo e incorporarlo como una dimensión esencial de las estrategias de desarrollo y los programas para la recuperación de la crisis.