América Latina y el Caribe ha visto descender sus tasas de mortalidad en los últimos 50 años, fundamentalmente gracias a las mejoras en el campo de la salud. El mayor control de enfermedades infecciosas, parasitarias y respiratorias, los programas de vacunación y la educación de las madres tuvieron un efecto directo en la reducción de la mortalidad infantil, aunque con fuertes diferencias de un país a otro, así como entre grupos de altos ingresos y los más pobres, lo que revela profundas desigualdades. Las causas de muerte en la región han variado, trasladándose a las edades adultas y centrándose en las enfermedades crónicas y degenerativas, así como en la violencia y los accidentes.
La llegada de la pandemia de COVID-19 en 2020, en un contexto regional de elevadas desigualdades socioeconómicas y de salud, así como de grandes diferencias entre países en relación con los sistemas de salud y las estrategias de respuesta, afectó significativamente la mortalidad en la región. América Latina y el Caribe fue la región del mundo que más perdió en años en la esperanza de vida al nacer, con un retroceso de 2,9 años entre 2019 y 2021. Aunque se trata de una pérdida transitoria, como lo sugieren las proyecciones, su causa es irreparable: millones de muertes que no debieran haber ocurrido.
Actualmente los países de la región presentan distintos niveles de esperanza de vida al nacer que reflejan distintas condiciones de supervivencia de la población. Este indicador está influenciado por la disponibilidad y calidad de la atención médica (incluidas las vacunas), las condiciones de agua, saneamiento e higiene (WASH, por su sigla en inglés), el nivel de desarrollo económico y social y por factores ambientales.
La medición y el análisis de la mortalidad suscitan el interés de múltiples disciplinas o campos de acción, entre ellos los sectores de la salud, la demografía, la protección social y las políticas sociales en general. Este amplio interés obedece a que la vida constituye el bien más preciado por todos, y de allí el esfuerzo por tratar de evitar la muerte y disminuir, en la mayor medida posible, su incidencia individual y social. A esto se agrega que la mortalidad es un indicador de la situación de salud y también de las condiciones de vida de la población en una amplia gama de aspectos. De esta manera, se justifica plenamente contar con una buena medición de este fenómeno, lo que supone mejorar la recolección de datos y la elaboración de indicadores adecuados.
El CELADE – División de Población de la CEPAL ha prestado especial atención a este tema, lo que se expresa en el desarrollo de variadas actividades. Una de ellas es la elaboración conjunta de las estimaciones de mortalidad y la construcción de las tablas de mortalidad con las oficinas nacionales de estadísticas, insumos importantísimos para la elaboración de las estimaciones y proyecciones nacionales de población. Presta especial atención a la mortalidad infantil, realizando estimaciones directas a partir de las estadísticas vitales, y estimaciones indirectas de la mortalidad infantil y en la niñez con información proveniente de los censos de población. En este contexto, el CELADE participa como observador en el Grupo Interinstitucional para la Estimación de la Mortalidad en la Niñez, con el que colabora en la actualización de la base de datos sobre estimación de la mortalidad en la niñez (Child Mortality Estimates).
En la preocupación por avanzar en el cumplimiento del tercer Objetivo de Desarrollo Sostenible, “Garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades”, el CELADE ha contribuido con la estimación de la mortalidad en la región y llevado a cabo estudios sobre el tema en América Latina y el Caribe, cuyos resultados se publican en el Observatorio demográfico.