Introducción
El proceso de envejecimiento demográfico, que ya ha caracterizado a gran parte de las poblaciones del mundo, actualmente adquiere particular relevancia en América Latina y el Caribe. El Uruguay es uno de los países pioneros en este fenómeno en la región.
El mundo ha experimentado el incremento de la población de personas mayores hasta niveles inéditos en el último siglo, a tal punto que en ningún otro momento de la historia las poblaciones han estado tan envejecidas como ahora. Debido al cambio que se produjo a lo largo del siglo XX, se transformó de manera irreversible la relación entre los distintos grupos etarios que componen la población, lo que dio lugar a un cambio paradigmático de la forma de visualizar las distintas etapas de la vida (Laslett, 1996).
Actualmente las personas que superan los 60 años constituyen más de un 12% de la población mundial, cifra que superará el 21% a mediados de este siglo. Para ese entonces, en el mundo el número de personas mayores de 60 años será mayor que el número de personas menores de 15 años, y a las primeras se deberá la mitad del aumento de la población mundial en las próximas décadas (Naciones Unidas, 2017; UNFPA, 2012; Magnus, 2012). Como consecuencia de lo anterior cambian, y seguirán cambiando, la composición etaria de la población, la distribución entre los distintos grupos de edad, las relaciones intergeneracionales, las dinámicas individuales y, finalmente, la vida de cada persona, que se extiende como nunca antes.
Los países desarrollados se encuentran, en su mayoría, en un estadio avanzado del envejecimiento demográfico. Sin embargo, en América Latina y el Caribe la realidad es diversa y heterogénea de acuerdo a los procesos de transición demográfica que ha vivido cada país.
El Uruguay, a diferencia del resto de los países de la región, no se enfrenta a este proceso de manera rápida y sorpresiva. Ya a mediados del siglo pasado, Solari comenzó a escribir en el país sobre este fenómeno (Solari, 1957). A pesar de haber constituido un aporte innovador y pionero en su momento —si bien aislado—, las apreciaciones de este autor sobre el envejecimiento en el Uruguay se mantuvieron dormidas frente a otras temáticas.
Medio siglo después, aquellas apreciaciones mantienen su vigencia dado que el envejecimiento poblacional, proceso que se inició hace ya bastante tiempo, es un tema claramente instalado en el país. El efecto de una transición demográfica temprana, caracterizada por tasas de fecundidad que se situaban en alrededor de tres hijos por mujer a mediados del siglo XX, y por una esperanza de vida comparativamente alta desde finales del siglo XIX, se combina con el efecto prolongado de la emigración en el país, cuyos puntos máximos se registraron durante la dictadura militar (1973-1985) y durante la crisis económica de 2002 (Pellegrino, 2008 y 2010). La tasa global de fecundidad correspondiente al período 2015-2020 es de alrededor de 1,98 hijos por mujer, inferior al nivel de reemplazo, mientras que la esperanza de vida al nacer fue de 77 años en el período 2010-2015.
El Uruguay es hoy en día uno de los países más envejecidos del contexto latinoamericano (Chackiel, 2000; Paredes, Ciarniello y Brunet, 2010), lo que refleja tanto procesos históricos de larga data que han caracterizado al país, como la coyuntura actual.
Sin embargo, este proceso será alcanzado en mayor o en menor medida por todos los países de la región en las primeras décadas del siglo XXI. Además, en América Latina y el Caribe el proceso de envejecimiento poblacional adquiere características diferenciales respecto de las que ha asumido en otras regiones del mundo —en particular en el continente europeo—, dado que se producirá de manera más rápida y más intensa. Entre 2020 y 2025 la tasa de crecimiento de la población adulta mayor asumirá en América Latina niveles inéditos, cercanos al 3% anual, y la población adulta mayor triplicará su tamaño (Huenchuan, 2009; Brenes-Camacho, 2009). Esto supondrá en todos los países, aunque a ritmos diferenciales según la etapa del envejecimiento en que se encuentre cada uno, un aumento porcentual de la población de personas mayores, modificaciones de la estructura de edades y, a más largo plazo, una inversión de la relación de dependencia por la cual el peso del extremo superior de la pirámide de población irá engrosándose en relación con la base.
La región deberá prepararse para esta nueva realidad que conlleva desafíos a nivel de estructura y composición de su población desde el punto de vista demográfico, pero que también trae consigo nuevos aspectos económicos, políticos y sociales que suponen enormes cambios desde la perspectiva intergeneracional.
Así, el propósito de este artículo es repasar el proceso de envejecimiento que se ha producido en el Uruguay en las últimas décadas. Se utilizan como fuentes de datos los últimos cuatro censos (1975, 1985, 1996 y 2011) y, cuando ello es posible, se incorpora también el conteo censal realizado en 2004. Como bien se conoce, los censos de población constituyen fuentes de datos de amplia cobertura, y en el caso uruguayo han registrado, además, niveles de omisión relativamente bajos, por lo general inferiores al 2% (Tacla, 2006), y cercanos al 3% en el último censo (Cabella y otros, 2012).
Este artículo se ha elaborado en el marco del Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales y del Núcleo Interdisciplinario de Estudios sobre Vejez y Envejecimiento (NIEVE) de la Universidad de la República, en el Uruguay. En el NIEVE opera el Observatorio de Envejecimiento y Vejez, una de cuyas áreas de trabajo principales consiste en la actualización de datos y de indicadores sobre la vejez y el envejecimiento.
A. El envejecimiento demográfico en el Uruguay entre 1975 y 2011
El Uruguay es un país que atraviesa un proceso de envejecimiento demográfico desde hace ya varias décadas. Sin embargo, recientemente este proceso se ha acentuado, de manera que la población de edad avanzada se ha incrementado y las personas mayores de 60 años constituyen hoy el 19,1% de la población total. Este aumento porcentual es inédito en la región y, por cierto, en el país, que se sitúa cerca de los valores que presentan las regiones más desarrolladas del mundo (23,8%) (Naciones Unidas, 2017).
En efecto, las tasas de crecimiento de la población uruguaya, que ascienden a un 0,2% anual (INE, 2011), contrastan con el crecimiento diferencial que se ha dado en los diferentes grupos de edad. En lo que respecta a la población de personas mayores, la tasa de crecimiento del último período intercensal (2004-2011) asciende a 0,93, un valor bastante más elevado que el correspondiente a la población total, que registra un crecimiento casi nulo (0,19). Esas tasas de crecimiento, si bien son relativamente altas en lo que se refiere al promedio de la población uruguaya, son menores que las que se registran en otros países de la región, cuyas tasas de crecimiento de la población adulta mayor se sitúan alrededor del 4% anual, dado el mayor ritmo del proceso de envejecimiento que atraviesan dichos países (Naciones Unidas, 2013).
Por lo tanto, si bien en el Uruguay el número de personas mayores es relativamente alto con relación a la historia del país, ese crecimiento no se ha producido de forma repentina ni exorbitante, sino que expresa el lento pero paulatino proceso que ha seguido allí la transición demográfica. Aun así, ese proceso enfrenta al país a un cambio de la estructura de edades de la población y requiere que se contemplen con mayor especificidad las heterogeneidades que trae aparejadas dicho proceso en la población de personas mayores, que en el Uruguay hoy en día se compone de más de 670.000 uruguayos.
Como es bien conocido, el proceso de envejecimiento poblacional adquiere características específicas entre las cuales se destacan las diferencias por sexo y por edad. Las mujeres predominan en la población de edad avanzada, y a medida que el envejecimiento se intensifica también se observa un aumento de los grupos de edad más avanzada dentro de la población adulta mayor.
Como puede observarse en el gráfico 1, el porcentaje de personas mayores en la población total se ha elevado más de cuatro puntos porcentuales, al pasar del 14,3% en 1975 al 18,7% según el último censo de población realizado en 2011. Si se comparan los datos correspondientes a varones y mujeres, se observa que el aumento no fue similar en ambas poblaciones, ya que las mujeres mayores constituyen más del 20% de la población femenina, y los varones mayores representan apenas más del 15% de la población de varones. Así, en el período analizado el aumento de la población de edad avanzada fue de seis puntos porcentuales entre las mujeres y de tres puntos porcentuales entre los varones (véase el gráfico 1).
Gráfico 1
Uruguay: aumento de la población mayor de 60 años, 1975 - 2011
(En porcentajes)
Fuente: Elaboración propia, sobre la base de datos censales del Núcleo Interdisciplinario de Estudios sobre Vejez y Envejecimiento de la Universidad de la República (NIEVE).
Este aumento, como se mencionó, tampoco fue homogéneo entre los distintos grupos quinquenales que componen la población de personas mayores. El aumento porcentual registrado en casi cuatro décadas fue mucho mayor entre la población de más de 80 años, llegando incluso a abarcar a la población de 95 años y más (véase el gráfico 2).
Gráfico 2
Uruguay: distribución de las personas mayores por grupos de edad, 1975 y 2011
(En porcentajes)
Fuente: Elaboración propia, sobre la base de datos censales del Núcleo Interdisciplinario de Estudios sobre Vejez y Envejecimiento de la Universidad de la República (NIEVE).
El aumento significativo de la proporción de personas mayores entre la población adulta mayor se observa en el período considerado a partir de la relación entre el número de personas de 75 años y más y el de la población adulta mayor que no supera esa edad. Esa relación, según datos correspondientes a 2011, asciende a 100 entre la población femenina, lo que significa que, por cada mujer menor de 75 años dentro de la población adulta mayor, hay una mujer mayor de esa edad entre ese grupo de población. La relación desciende a 70 entre los varones, pero de igual modo se mantiene la tendencia, aunque más suavizada, al aumento progresivo de los hombres de mayor edad entre la población de edad avanzada (véase el gráfico 3).
Gráfico 3
Uruguay: relación entre personas mayores de 75 años y la población adulta mayor, 1975 - 2011
Fuente: Elaboración propia, sobre la base de datos censales del Núcleo Interdisciplinario de Estudios sobre Vejez y Envejecimiento de la Universidad de la República (NIEVE).
Las implicancias del aumento de la población de edad avanzada también deben ser puestas en relación con otros grupos etarios de la población. A tal fin se consideran los indicadores convencionales utilizados para ello, que son el índice de envejecimiento y la relación de dependencia. El primero expresa la relación entre la población mayor de 60 años y la población menor de 15 años, y la segunda expresa la proporción de estas personas con relación a la población considerada económicamente activa (esto es, la población de 15 a 59 años).
El índice de envejecimiento de la población uruguaya ha ido aumentando progresivamente, incrementándose desde 53 en 1975 hasta 86 en 2011, según datos del último censo. Esto significa que, mientras que en 1957 había prácticamente una persona mayor cada dos menores de 15 años, actualmente existe una relación más equivalente entre las poblaciones que constituyen los dos extremos de la escala etaria. Entre la población de mujeres, de hecho, el índice de envejecimento es superior a 100, en tanto que entre los varones dicho índice, sensiblemente menor, es inferior a 70 varones mayores por cada 100 menores (véase el gráfico 4).
Gráfico 4
Uruguay: índice de envejecimiento, 1975-2011
Fuente: Elaboración propia, sobre la base de datos censales del Núcleo Interdisciplinario de Estudios sobre Vejez y Envejecimiento de la Universidad de la República (NIEVE).
La relación de dependencia adscribe a una concepción economicista y transversal de la población, según la cual se evalúa el supuesto “peso” de la población pasiva —esto es, de las personas menores de 15 años y mayores de 60 años— sobre la población en edad de trabajar. Para estimar la relación de dependencia total se suman estas dos poblaciones, mientras que para calcular la relación de dependencia correspondiente a la niñez y a la población de edad avanzada, respectivamente, dichas poblaciones se consideran por separado. Si bien el indicador está lejos de reflejar la realidad, dado que no todas las personas en edad de trabajar lo hacen ni todas las personas mayores dejan de generar ingresos, el indicador también se toma en cuenta para realizar un balance del cambio en la estructura de edades de la población y del “peso” económico que puede suponer la población pasiva respecto de la población activa.
La relación de dependencia total en el Uruguay ha disminuido levemente en el período considerado, al pasar de 70,4 en 1975 a 68,0 en 2011. Si bien, según datos del censo realizado en 2011, hay dos personas dependientes por cada tres personas no dependientes, la composición de la relación de dependencia ha variado sustantivamente entre 1975 y 2011. Las dos poblaciones consideradas como dependientes tienden a emparejar su “peso” sobre la población económicamente activa (PEA), siendo en 2011 de 36,5 la relación de dependencia correspondiente a la población menor de 15 años y de 31,4 la relación de dependencia correspondiente a la población de edad avanzada. La relación de dependencia de la población infantil ha descendido casi diez puntos y la relación de dependencia correspondiente a la población de edad avanzada ha aumentado seis puntos porcentuales en el período comprendido entre 1975 y 2011 (véase el gráfico 5).
Gráfico 5
Uruguay: relación de dependencia total, población menor de 15 años y población mayor de 60 años, 1975- 2011
Fuente: Elaboración propia, sobre la base de datos censales del Núcleo Interdisciplinario de Estudios sobre Vejez y Envejecimiento de la Universidad de la República (NIEVE).
El descenso de la relación de dependencia total en el Uruguay expresa una tendencia que se revertirá en los próximos años. A medida que aumente la relación de dependencia demográfica en la vejez se incrementará, a su vez, la relación de dependencia demográfica total, pues cabe prever que la tendencia a la disminución de la “carga” de la población infantil también se atenúe.
Así, el Uruguay, debido al descenso temprano de la fecundidad y al hecho de que su población transita un proceso consolidado de envejecimiento, no atraviesa ni atravesó el denominado bono demográfico o ventana de oportunidades, que conlleva un descenso rápido de la fecundidad, como ha ocurrido en otros países de América Latina (Chackiel, 2000). Por el contrario, luego del leve descenso de la relación de dependencia total observado en las últimas décadas, la tendencia se revertirá gracias al aumento de la población de personas mayores (CELADE, 2009).
Esta realidad enfrenta al Uruguay a desafíos muy diferentes en materia de políticas sociales y desarrollo económico. Las personas a sostener serán mayoritariamente personas mayores, lo que exigirá una inversión importante en capital humano y la implementación de políticas de desarrollo que permitan asegurar la calidad de vida de esta población en aumento sin afectar sus derechos básicos derivados de su integración a la vida social.
Así, como síntesis de lo expresado en este apartado cabe señalar que el envejecimiento demográfico de la población uruguaya se ha intensificado entre 1975 y 2011, a tal punto que actualmente poco menos del 20% de la población tiene 60 años y más.
Gracias a este proceso el Uruguay por ahora sigue situándose, junto con Cuba, entre los países más envejecidos de la región, situación que se irá revirtiendo a lo largo de este siglo dado el aceleramiento del proceso de envejecimiento que se producirá en el resto del continente, que constituye el principal fenómeno demográfico a escala regional (CELADE, 2009).
La tendencia al envejecimiento demográfico es más acentuada entre la población femenina, que presenta un porcentaje más alto de personas mayores y un índice de envejecimiento según el cual en la actualidad la cantidad de mujeres mayores es igual a la cantidad de niñas. Paralelamente, este proceso refleja el denominado “envejecimiento de la vejez”, caracterizado por la presencia de crecientes porcentajes de personas mayores entre la población de edad avanzada. Los grupos etarios que más han crecido en el período considerado son los conformados por las personas que superan los 80 años, y la proporción de personas de 75 años y más en el total de la población adulta mayor muestra una clara tendencia al aumento, en particular entre las mujeres.
B. Conclusiones
El envejecimiento demográfico es una realidad imperante en la población mundial, y en América Latina y el Caribe se ha convertido recientemente en el principal cambio demográfico que atraviesan los distintos países, aunque a ritmos y a velocidades diferentes. En el Uruguay, si bien es un país pionero en lo que se refiere al proceso de envejecimiento de su población, no se registrarán cambios drásticos ni sustantivos de la velocidad de ese proceso en el futuro inmediato, lo que sí ocurrirá en otros países cuya transición demográfica tuvo lugar de manera menos paulatina, y que atraviesan una etapa de envejecimiento moderado (Chackiel, 2000; Huenchuan, 2009; CELADE, 2009).
En ese contexto, la población de edad avanzada crecerá en el continente a un ritmo mucho mayor que otros grupos etarios, a tal punto que uno de cada cuatro pobladores de la región será una persona mayor a mediados del siglo XXI (Huenchuan, 2009).
El proceso de envejecimiento experimentado en el Uruguay, que se asimila al registrado en Cuba, aún permanecerá en un estadio avanzado en la región hasta la próxima década, cuando el Uruguay será alcanzado por países como la Argentina, el Brasil y Chile. Si bien en el futuro inmediato dicho proceso se irá homogeneizando en el continente, en el Uruguay sigue mostrando características específicas que hacen necesario su examen, así como el de la evolución del perfil sociodemográfico de la población de edad avanzada en el contexto de un país envejecido.
De este modo, este artículo ha tenido por objeto presentar, sobre la base de fuentes de datos censales, un análisis que comprende casi cuatro décadas. Dichos datos permiten observar un incremento constante del porcentaje de población de edad avanzada, debido al cual hoy uno de cada cinco uruguayos supera los 60 años. Esta frontera etaria —que anteriormente pudo haber significado la transición hacia la última etapa de la vida— se extiende hoy en día, en promedio, 22 años para los uruguayos que superan esa edad. El cambio paradigmático que supone tal extensión de la existencia conlleva desafíos tanto a nivel social como individual, y requiere profundizar las políticas públicas y ampliar la protección de los derechos humanos, de modo que sea posible transitar esa etapa de la vida de forma digna. Si bien el análisis de la evolución de las políticas públicas en el Uruguay sería tema de otro artículo, cabe señalar que, en el contexto regional, el país está relativamente bien posicionado en lo que se refiere a la protección de los derechos en materia de educación, seguridad social, salud y vivienda (Huenchuan, 2009). Sin embargo, resta avanzar en lo que respecta a los derechos vinculados al trabajo, la no discriminación, y la protección contra el abuso y el maltrato, y, en particular, en materia de igualdad de género entre varones y mujeres.
Así, el análisis presentado en este artículo supuso examinar el proceso de envejecimiento demográfico en el Uruguay y las características sociodemográficas que ha ido mostrando la población de edad avanzada entre 1975 y 2011. En el Uruguay el envejecimiento demográfico se caracteriza por un aumento del porcentaje de personas mayores que presenta dos particularidades ya conocidas en el marco de dicho proceso: la proporción de las personas de mayor edad entre la población de edad avanzada es creciente, y la presencia de mujeres en esos grupos etarios compuestos por la población de edad más avanzada es mucho más preponderante que la de varones. En consecuencia, desde un primer momento, cualquier desafío que se plantee tanto a nivel social como político deberá basarse en la consideración tanto de las diferencias por género como de las vulnerabilidades que presentan las personas que llegan a las edades más avanzadas de la vida, pues sus niveles de dependencia se incrementan y sus niveles de autovalencia se reducen, lo que genera una mayor demanda de cuidados.
El índice de envejecimiento y la relación de dependencia, a su vez, permiten observar una inversión de la estructura de edad de la población, no solo en lo que se refiere a la pirámide poblacional, que cada vez menos tendrá esa forma, sino en lo que respecta a la presencia cada vez mayor de personas de edad en relación con los niños. El índice de envejecimiento también permite observar que, durante cuatro décadas, hubo en el Uruguay una persona mayor por cada dos niños, en tanto que actualmente ya hay una mujer mayor por cada niña. La relación de dependencia en el Uruguay ha descendido levemente en los últimos años, pero este proceso está llegando a su fin y cabe esperar que en el futuro se incremente debido a la relación de dependencia correspondiente a la población de edad avanzada.