News
Este año, el tema del Día Mundial del Medio Ambiente gira en torno a la contaminación del aire. El aire que respiramos en todas partes del mundo, ya sea en una gran urbe o en una pequeña aldea, está contaminado. Se calcula que nueve de cada diez personas en el planeta están expuestas a unos niveles de contaminación atmosférica que superan los de las directrices sobre la calidad del aire marcadas por la Organización Mundial de la Salud. Como consecuencia, nuestra esperanza de vida es menor y algunas economías se están viendo perjudicadas.
Si queremos mejorar la calidad del aire, debemos saber a qué nos enfrentamos. Las muertes y enfermedades derivadas de este tipo de contaminación se deben a unas partículas diminutas que penetran en nuestro organismo cada vez que respiramos. Estas partículas son producto, entre otras cosas, de la combustión de los combustibles fósiles que utilizamos para obtener energía y desplazarnos, de la actividad de la industria química y minera, de la quema de residuos al aire libre, así como de bosques y campos, y del uso de combustibles “sucios” para cocinar y calentar los hogares, algo que supone un importante problema en el mundo en desarrollo.
El aire contaminado se cobra la vida de unos siete millones de personas cada año, ocasiona problemas de salud de largo plazo, como el asma, y frena el desarrollo cognitivo de los niños. Según el Banco Mundial, la contaminación del aire cuesta a la sociedad más de 5 billones de dólares de los Estados Unidos cada año.
Muchos de estos contaminantes atmosféricos contribuyen también al calentamiento del planeta. Un ejemplo es el carbono negro que producen los motores diésel y las cocinas que emplean combustibles “sucios”, así como la quema de desechos, y que es extremadamente nocivo cuando se inhala. Reducir las emisiones de este tipo de sustancias no solo mejorará nuestra salud, sino que podría aminorar el calentamiento global en hasta 0,5 ºC en los próximos decenios.
Por tanto, hacer frente a la contaminación del aire nos brinda una oportunidad doble, pues ya se ha demostrado que hay muchas maneras de limpiar el aire y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a un mismo tiempo, como prescindir de las centrales eléctricas de carbón o favorecer las industrias, los medios de transporte y los combustibles de uso doméstico que son menos contaminantes. El uso cada vez más habitual de las energías limpias, gracias a que cada año invertimos más en fuentes renovables que en combustibles fósiles, resulta de gran ayuda. Los medios de transporte menos contaminantes son también cada vez más habituales en todo el mundo.
Nuestra esperanza está en las iniciativas de este tipo, concebidas para mejorar la calidad del aire y luchar contra el cambio climático. Insto a todos los participantes en la Cumbre sobre la Acción Climática que he convocado para septiembre a que se fijen en ellas para que les sirvan de motivación. No existe ninguna razón por la que la comunidad internacional no pueda tomar cartas en el asunto. Ya se ha hecho antes, por ejemplo, con el Protocolo de Montreal, cuando los científicos alertaron de una amenaza grave para la salud pública y del planeta, y tanto el sector público como el privado tomaron medidas para proteger la capa de ozono.
La crisis a la que nos enfrentamos actualmente merece el mismo grado de atención. Es hora de actuar con contundencia. Mi mensaje a los gobiernos es claro: gravar la contaminación, dejar de subvencionar los combustibles fósiles y dejar de construir nuevas centrales de carbón. Necesitamos una economía verde, no una economía gris.
En este Día Mundial del Medio Ambiente, tomemos todos medidas para respirar tranquilos. Desde presionar a los políticos y a las empresas hasta cambiar nuestros propios hábitos, todos podemos reducir la contaminación y ganar la partida al cambio climático.