Briefing note
Palabras de Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en ocasión de la conferencia magistral "Italia y Europa después de las elecciones europeas: hacia una nueva asociación con América Latina", dictada por Federica Mogherini, Ministra de Relaciones Exteriores de Italia
Santiago, 5 de agosto de 2014
Sala de conferencias Raúl Prebisch, CEPAL
Federica Mogherini, Ministra de Relaciones Exteriores de Italia,
Marco Ricci, Embajador de Italia en Chile, a quien aprovecho de agradecer su colaboración invaluable en la organización de este evento compartido,
Edgardo Riveros, Subsecretario de Relaciones Exteriores de Chile,
Autoridades del Gobierno de Chile,
Miembros de la delegación del Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia,
Saludo con afecto a mi amigo Donato di Santo,
Estimadas y estimados embajadores, y representantes del cuerpo diplomático acreditado en Chile,
Representantes de los organismos internacionales,
Colegas del sistema de las Naciones Unidas,
Colegas de la CEPAL,
Medios de comunicación presentes,
Amigas y amigos:
Sean todos ustedes muy bienvenidos a la casa de las Naciones Unidas en América Latina y el Caribe.
Gracias, señora canciller Federica Mogherini, por honrar esta tribuna con la voz de la Italia que va emergiendo de tiempos duros, pero que viene sembrando semillas de esperanzas optimistas hacia el futuro.
Hace casi exactamente un mes, el pasado 2 de julio, la canciller irrumpía en otra sala, la del plenario del Parlamento Europeo, flanqueando a la diestra a quien asumía ese día la presidencia semestral del Consejo de Europa, el jefe del gobierno italiano, Matteo Renzi.
Junto a él asistió a una de las sesiones más memorables de Estrasburgo. La singular oportunidad en la que Italia, con coraje y orgullo, se instaló como un liderazgo fresco y dinámico en el debate europeo, reivindicando la recuperación del alma común, desafiando las inercias y convocando a sus pares a dar impulso al crecimiento tras tanta energía invertida en afincar la estabilidad por la vía del ajuste.
Querida Canciller, bienvenida a esta región, a esta patria común, que reconoce el origen de muchas de sus raíces en semillas italianas. Bienvenida a los parajes que recorrió Garibaldi, héroe de dos continentes. Bienvenida al hogar de tantas y tantos italianos que migraron a estas tierras para alimentar aquí sus sueños de prosperidad y que trajeron en sus equipajes las ricas tradiciones culturales, históricas y sociales de la península.
Tenemos la certeza de que existe una fuerte complementariedad en la relación entre la Unión Europea y América Latina y el Caribe, así como un gran potencial para construir y fortalecer una alianza beneficiosa para sus pueblos.
La Unión Europea continúa siendo el principal cooperante, el mayor inversionista directo y el segundo socio comercial de América Latina y el Caribe.
La presencia europea ha sido clave en diversas etapas de la historia de nuestro continente. Fue a partir de las décadas de 1970 y 1980 que las políticas y los patrones de desarrollo económico y social de ambas regiones comenzaron a buscar más complementariedades.
La Unión Europea se transformó en la principal fuente de inversión extranjera directa (IED) para América Latina y el Caribe y esta se convirtió en el principal destino de las inversiones europeas dirigidas a economías emergentes. Mayor inversión productiva y mayor transferencia tecnológica y de políticas ambientales y laborales con creación de empleo fueron las características de más de una década de inversiones europeas.
En el período reciente, se produjo un estancamiento en la relación. La demanda europea perdió fuerza; el reposicionamiento de China, la incorporación de nuevos Estados miembros a la Unión Europea, la creciente relevancia del Oriente Medio y África Septentrional en la agenda exterior europea, y la aguda crisis financiera que ha golpeado a esa región fueron factores que influyeron. Pero para varias empresas europeas el mercado latinoamericano ha sido una importante fuente de ingresos, en especial durante períodos en los que sus mercados locales crecen lentamente.
Por su parte, América Latina y el Caribe constituye una de las principales fuentes de recursos estratégicos del mundo, ya que posee democracias estables, ha alcanzado avances en la integración regional y registra crecimiento económico en la compleja coyuntura actual, lo que favorece su posicionamiento internacional.
Un estado de ánimo diferente recorre actualmente a América Latina y el Caribe, pese a las turbulencias de la economía mundial.
Sin dudas, hemos aprendido del pasado y estamos ensayando nuevos caminos.
En los últimos 30 años, hemos aprendido a ser prudentes en lo macroeconómico y progresistas en lo social, aplicando medidas anticíclicas diversas, desde moderadas y transitorias hasta estructurales, que evitaron, sobre todo en la última década, costos sociales irreversibles. Cabe destacar que la economía de nuestra región tendrá en 2014 un crecimiento del 2,2%, con expectativas más alentadoras hacia 2015.
Continúan siendo activos importantes una inflación controlada, sólidas políticas fiscales, una deuda pública menor y mejor estructurada (por debajo del 32% del PIB) y un nivel inédito de reservas internacionales (cerca de 850.000 millones de dólares).
Además, en las últimas dos décadas, gracias a la acción decidida de sus Estados, esta región ha visto disminuir el número de personas que vivían en la pobreza, de un 48% (1990) a un 27% (2013).
La extrema pobreza o indigencia disminuyó más de 11 puntos porcentuales, pasando del 22,6% al 11,4% de la población en el mismo período. El empleo aumentó en cantidad y mejoró en calidad. Hoy el desempleo es inferior al que teníamos antes de la crisis (6,2%).
Sin embargo, sin afectar ese estado de ánimo positivo, la actual coyuntura también nos invita a mantener cautela, aunque siempre con la convicción de que nuestra región está mejor preparada para darle continuidad a los aciertos y romper con las viejas estructuras que nos amarran a un pasado de agudas paradojas.
Seguimos siendo la región más desigual del mundo, lo cual nos indica que no solo en lo social se juega lo social. Las políticas sociales no bastan para abatir definitivamente la pobreza y cerrar las enormes diferencias que persisten entre los sectores más ricos y los más pobres de la sociedad.
Aún 167 millones de personas viven en la pobreza, de los cuales 66 millones son indigentes. Además, una proporción significativa vive en los linderos de la línea de la pobreza y es vulnerable a recaer, sea por choques externos, por catástrofes familiares o pérdida de fuentes de ingreso primario. Existen además profundas desigualdades entre el decil más rico y el más pobre.
Por ello la CEPAL propone hoy el cambio estructural para la igualdad. Situar la igualdad en el centro implica una ruptura con el paradigma económico que ha prevalecido en las últimas tres décadas. Este cambio guarda sincronía con una acumulación de demandas postergadas de la ciudadanía que han llevado a recomponer el mapa político y poner énfasis en las políticas centradas en derechos, con una vocación más universalista.
Hablar de igualdad implica difundir a lo ancho de la estructura productiva y el tejido social el desarrollo de capacidades, el progreso técnico, plenas oportunidades laborales y el acceso universal a la protección social. El empleo con derechos es la llave maestra para superar la desigualdad y cerrar brechas con una mirada transversal en cuanto a equidad de género, étnica y racial.
El contexto en que vivimos es fruto de que muchos países – desafiando la ortodoxia – implementaron de forma consistente políticas de cambio estructural que les permitieron reinsertarse – económica y políticamente – en el sistema internacional.
Por ello la CEPAL ha formulado una propuesta y una apuesta que se basan en el cambio estructural para la igualdad. Esto implica llevar a cabo transformaciones cualitativas en la estructura productiva de los países de la región, con el fin de fortalecer sectores intensivos en conocimiento y de rápido crecimiento de la demanda interna y externa, para así generar ganancias en productividad con más y mejores empleos.
Proponemos una estrategia para que la región salga de las estructuras productivas centradas en ventajas comparativas estáticas y avance hacia ventajas comparativas dinámicas, con mayor intensidad de conocimientos y con progreso técnico. La CEPAL insiste en la necesidad del cambio estructural para generar trayectorias de aprendizaje, mayor diversificación y presencia en los mercados de más rápido crecimiento.
Sin desconocer la importancia de contar con una gran dotación de recursos naturales, es claro que son las ventajas dinámicas las que sostienen el crecimiento en el largo plazo, y estas dependen de la innovación y el conocimiento.
La estructura productiva no solo debe ser más intensiva en conocimientos e innovación, sino que debe responder a los objetivos de sostenibilidad social y ambiental. Tanto como la intensidad del progreso técnico, interesa su dirección, sus contenidos, las trayectorias de sostenibilidad que se abren hacia el futuro. Se trata de poner instrumentos —como las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, los nuevos materiales, la biotecnología y la nanotecnología— al servicio del cambio estructural.
Es evidente que la inversión es una de las principales variables que comprometen el cambio estructural y el progreso técnico. Es el puente entre el largo plazo y el corto plazo, que es dado por la inversión. Las políticas de estabilización que reducen la inversión pública en el corto plazo para contener el déficit fiscal, o que permiten la valorización del cambio para evitar la inflación, tienen efectos sobre la competitividad y la estructura productiva que van mucho más allá del corto plazo.
América Latina y el Caribe necesita un cambio estructural con sostenibilidad ambiental, que solo será posible si se logra un salto científico y tecnológico profundo y amplio. Es necesario redefinir la llamada economía de la oferta (supply side economics) a partir de una visión que considere el impacto de la estructura productiva sobre los niveles de emisión y sobre otras variables de sostenibilidad ambiental, así como la inclusión al sistema productivo y de consumo de sectores que se han beneficiado solo marginalmente del crecimiento.
En un contexto democrático, esfuerzos en esta dirección equivalen a construir pactos en torno a dichos proyectos, pactos que definan las reglas de juego, los objetivos y el conjunto de beneficios y costos que cada actor deberá afrontar para moverse hacia un equilibrio que combine eficiencia e igualdad.
El desafío del cambio climático, cuyos efectos negativos se hacen cada día más visibles, también trae demandas urgentes. Poco se ha avanzado más allá de las declaraciones. Hay un amplio espacio para que Europa y América Latina y el Caribe perfeccionen la cooperación, no solo en las inversiones y en la transferencia de tecnologías verdes, sino también en términos de política, para promover una acción global coordinada. No cabe duda de que el Sur ya no es el mismo y América Latina y el Caribe también ha madurado en su responsabilidad global.
Eso también significa asumir nuevos desafíos; por ejemplo, avanzar en posturas regionales unificadas y en articulación con otras zonas en desarrollo, que permitan abordar desafíos globales de gran envergadura, como el cambio climático, que emplaza a nuestra región, como a todo el mundo, a idear estrategias para desarrollar economías con bajo contenido de carbono y con mayor eficiencia en el uso de energía, con capacidad para alcanzar la seguridad alimentaria, la seguridad ciudadana y la seguridad climática.
Nuestra región registra un avance en la creación de nuevas organizaciones durante la última década para promover la integración y la cooperación. Ellas son un paso más hacia el cumplimiento de uno de los sueños más acariciados por la CEPAL: la integración regional. Por ello, la Comisión colabora estrechamente con los nuevos mecanismos regionales, como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), e intenta reforzar la cooperación con los tradicionales mecanismos de integración regional y subregional, como la Comunidad del Caribe (CARICOM), la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), el MERCOSUR y el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), entre otros.
¿Qué inversión europea es bienvenida en América Latina? Ciertamente, aquella que promueve la creación de capacidades y la transformación productiva de la región.
Una asociación más profunda entre América Latina y la Unión Europea permitiría a nuestra región acelerar su crecimiento económico, avanzar en el cambio estructural hacia sectores más intensivos en conocimiento, reducir la pobreza, aumentar la inclusión social y proteger el medio ambiente. Esto se lograría con la profundización de acuerdos comerciales que abran espacio para las inversiones, particularmente en nuevas actividades intensivas en conocimiento y empleo de calidad; con el estímulo a la creación de pequeñas empresas, generando empleos en redes y cadenas mundiales de valor; con el impulso a la innovación y a la masificación de las nuevas tecnologías, en particular las de la información y las comunicaciones (TIC); con el fomento a inversiones en tecnologías de mitigación del cambio climático, contrarrestando las externalidades negativas del crecimiento económico; con el aumento del uso de energías inocuas para el medio ambiente, y con la diversificación de la matriz energética con fuentes renovables no convencionales, aprovechando el liderazgo de las empresas europeas en este ámbito para avanzar hacia una economía verde. La Unión Europea también se vería favorecida en dimensiones clave para su bienestar económico y social, con claro impacto sobre la generación de empleos.
En síntesis, la Unión Europea y América Latina y el Caribe son aliados naturales que comparten historia, cultura y valores, lo que les permite posicionarse de manera conjunta frente a los actuales desafíos mundiales y acelerar el desarrollo económico de ambas regiones de forma sostenible.
Estoy convencida de que el nuevo liderazgo italiano de la Unión Europea nos puede brindar luces sobre la coyuntura actual, así como sobre el nuevo contexto que dificulta e imprime nuevas urgencias a los gobiernos. Pero, sobre todo, nos servirá para pensar juntos en el futuro de Europa, las perspectivas de América Latina y el Caribe y las posibilidades reales de abrir espacios nuevos de interacción. Pero las expectativas de una relación más profunda son mixtas. Todavía hay más interrogantes que propuestas concretas. Para nadie pasa desapercibida la importancia de la actual coyuntura para el futuro de las relaciones birregionales. Quizás sea una oportunidad para encontrar mayores complementariedades, venciendo viejas asimetrías históricas, comerciales y sociales, y avanzar hacia una relación más equilibrada y equitativa.
Hay cierta perplejidad en esta región, pues hasta hace poco la Unión Europea se percibía como una región progresista, que brindaba un norte respecto del desarrollo y la cooperación. Una región comprometida con la integración económica, con la protección social de vocación universalista, con la protección del medio ambiente y el desarrollo sostenible y con el multilateralismo. Todo ello orientado hacia la construcción de un Estado de bienestar, igualitario y productivo.
Hay ejemplos fuera y dentro de la región que dan motivos para ser optimistas en cuanto a la posibilidad de moverse hacia más eficiencia y más igualdad. Las sociedades pueden elegir y aprovechar los instrumentos para lograr los objetivos que se han trazado. En esa senda está América Latina y el Caribe, inspirada, muchas veces, en el camino que recorrió Europa tras la Segunda Guerra Mundial y persuadida de que podrá pronto encontrar salidas constructivas a sus dificultades presentes.
Querida Canciller, en Estrasburgo el premier Renzi cerraba un vibrante discurso afirmando "Somos la generación Telémaco". Nos recordaba con su alusión a La Odisea de Homero que este había puesto en el centro del relato a Ulises, con sus aventuras y desventuras, pero había dejado en las sombras a su hijo Telémaco, quien encararía el desafío de merecer la herencia del padre. Con ello Renzi aludía a los padres que crearon a la Europa contemporánea y sobre todo al rol de la generación actual, que usted representa, respecto de la necesaria renovación del liderazgo europeo recuperando el alma del proyecto colectivo y de una sociedad inclusiva. Por ello es para nosotros un orgullo servir como tribuna a sus reflexiones de cara a nuestra región.
La situación presente de Europa es compleja. Europa e Italia están desafiadas por conflictos sociales y económicos, desde los complejos efectos de la crisis en Libia, en su frontera sur mediterránea, hasta el impacto del enfrentamiento entre Israel y el pueblo palestino, al costo indignante de ya miles de vidas civiles apagadas, en su frontera del este, un frente donde también se vive el drama de la guerra desatada en Siria, la fuerte tensión en el Líbano, la delicada situación de Iraq.
Si a esto sumamos la creciente presión migratoria y el conflicto intraeuropeo que tiene por centro a Ucrania, comprobamos que resulta urgente recuperar un liderazgo político que ayude constructivamente, acopiando lo mejor de la tradición europea, a establecer nuevas reglas y equilibrios globales acordes con la realidad del siglo XXI. Liderazgos que permitan acallar los fusiles. Liderazgos que, con valentía y realismo, pero también con voluntad y coraje, construyan caminos viables para la paz y la justicia.
Permítame cerrar estas palabras evocando los dichos de un gigante de su patria, Giuseppe Mazzini. Palabras articuladas hace casi un siglo y medio y que sin embargo resisten con plena vigencia el paso del tiempo y nos animan a sostener con más fuerza las convicciones esenciales que impulsan nuestro quehacer de hoy y de mañana.
Decía Mazzini al redactar el manifiesto de la joven Europa: “La igualdad exige que derechos y deberes sean uniformes para todos; que nadie pueda sustraerse a la acción de la ley que la define; que cada persona participe, según su trabajo, del goce de los productos que son resultado de todas las fuerzas sociales puestas en actividad. Todo privilegio es violación de la igualdad. Toda arbitrariedad es violación de la libertad. Todo acto de egoísmo es violación de la fraternidad”.
Con esta reflexión, señora Canciller, le ofrezco la palabra.
Muchas gracias